El último capricho de Fernando Alonso es un bestial Mercedes CLK GTR

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Fernando Alonso no se conforma con los hiperdeportivos modernos. Tras la entrega de su Aston Martin Valkyrie hace apenas unos meses, el bicampeón del mundo de Fórmula 1 ha decidido mirar al pasado, concretamente a la época más salvaje de la resistencia, para ampliar su garaje. Estos días, el ruido de los motores en Mónaco no venía de un monoplaza, sino del rugido del V12 atmosférico del bestial Mercedes CLK GTR.

La compra de Alonso no es solo un capricho de coleccionista; es la adquisición de un fragmento de historia valorado actualmente en más de 10 millones de euros (algunas unidades han rozado los 15 millones en subasta). Pero, ¿qué hace que este auto sea tan especial?

El arte de la «homologación especial»: un auto de carreras con matrícula

Para entender el auto de Alonso, hay que viajar a finales de los años 90. En aquella época, la categoría GT1 de la FIA exigía que, para que un auto pudiera competir en Le Mans o en el campeonato de Gran Turismos, el fabricante debía producir al menos 25 unidades de calle.

Mercedes-Benz, en lugar de fabricar un auto de calle y adaptarlo a las carreras, hizo exactamente lo contrario: diseñó un prototipo de competición puro y duro y luego le puso intermitentes, alfombrillas y una placa de matrícula para cumplir con el expediente legal. Esta técnica de «homologación inversa» dio lugar a bestias que apenas podían circular por baches sin rozar el suelo, pero que eran imbatibles en pista.

Corazón V12 y ADN de competición

El Mercedes CLK GTR que ahora conduce Alonso por las curvas de Tabac y Santa Devota es, en esencia, un chasis de fibra de carbono que esconde un motor V12 de 6,9 litros. Con una potencia que ronda los 612 CV, es capaz de catapultarse de 0 a 100 km/h en solo 3,8 segundos, una cifra que hoy parece normal, pero que en 1998 desafiaba las leyes de la física para un auto de producción.

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Su interior es claustrofóbico y espartano. Aunque cuenta con algo de cuero y un sistema de aire acondicionado (que apenas logra enfriar el calor que desprende el motor situado justo detrás de la nuca del piloto), entrar y salir de él requiere la agilidad de un atleta… algo que para Fernando Alonso no supone ningún problema.

Solo se fabricaron 26 unidades (20 cupés y 6 roadsters), lo que lo convierte en un unicornio mucho más raro de ver que cualquier Ferrari o Lamborghini moderno. El hecho de que una figura de la talla de Alonso haya adquirido uno no hace sino disparar el valor de mercado de un modelo que ya es considerado uno de los «Santos Griales» de la era GT1.

Mientras el asturiano se prepara para la próxima temporada de F1 con Aston Martin, sus paseos por Mónaco nos recuerdan que su pasión por la velocidad no entiende de marcas ni de épocas. Alonso ha comprado algo más que un Mercedes; ha comprado el auto que definió una era en la que las reglas se estiraban hasta el límite y los circuitos dictaban lo que podías conducir el domingo para ir a comprar el pan.

Fuente: autocasion.com

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